¿Te ha pasado alguna vez que no entiendes por qué razón no avanzas en tu vida? Investigué bastante para darme cuenta dónde estaba el problema y llegar al trasfondo de la  situación, cuando hice una introspección hacia mí misma y me di cuenta de que habían historias de mi pasado que no había sanado. Gracias a mi proceso de coaching sabía que no quería quedarme ahí enganchada a ese pasado, pero “mi niña interior” estaba perdida. Llegué a la raíz haciendo un análisis de qué era lo que había ocurrido y fue entonces cuando todo empezó a fluir.  

Si no soltamos el pasado, si seguimos anclados a lo que un día vivimos pero que ya no está con nosotros, no podremos ser sujetos activos de nuestra vida ni poner el foco sobre las nuevas experiencias, las cuales sí pueden conducirnos al bienestar.

Las heridas emocionales se extienden a través de los lazos familiares de forma casi implacable. Son como una sombra que se camufla en las palabras, en el modelo educacional, en los silencios, en las miradas y en los vacíos. Hasta que alguien maduro y consciente detiene el proceso para decir basta y escapar de esa tela de araña.

Las experiencias dolorosas que desarrollamos a lo largo de nuestra vida conforman nuestras heridas emocionales. Estas heridas pueden ser múltiples y podemos llamarlas de muchas formas: traición, humillación, injusticia, abandono, desconfianza….

No obstante, debemos de hacernos conscientes de nuestras heridas emocionales y evitar maquillarlas, pero cuanto más tiempo esperemos a sanarlas más se agravarán. Además cuando estamos heridos, vivimos de forma constante situaciones que tocan nuestro dolor y hacen que nos pongamos múltiples mascaras por el miedo a revivir nuestro dolor.

Aceptar la herida como parte de ti mismo.

La herida existe, puedes estar o no de acuerdo con el hecho de que existe, pero el primer paso es aceptar esa posibilidad. No somos mejores o peores solo porque algo nos haga daño. Haberte construido tu coraza de protección es un acto, un acto de amor propio que tiene mucho mérito pero que ya ha cumplido su función. Es decir, te protegió de los ambientes que te dañaron pero, una vez que la herida está abierta y la puedes ver, es momento de pensar en sanarla.

Acepta el hecho de lo que temes o reprochas te lo haces a ti mismo y a los demás.

La voluntad y la decisión de sobreponernos a nuestras heridas es el primer paso hacia la paciencia, la compasión y la compresión con nosotros mismos. Estas cualidades que desarrollarás para ti mismo, irás desarrollándolas para con  los demás, lo que alimentará tu bienestar.

A veces no nos damos cuenta de que ponemos nuestras expectativas vitales en los demás, esperando que suplan nuestras carencias y que colmen nuestras esperanzas. Lo cierto es que nuestro comportamiento lleva a anular nuestras relaciones y gran parte de nuestra vida, generando gran malestar porque los demás no responden como esperamos.

Date permiso para enfadarte con aquellos que alimentaron esa herida.

De lo contrario, desahogarás todo ese rencor contigo mismo y con los demás, pues si lo haces es como si estuvieras arañando tus heridas de forma constante.

También es necesario perdonar, pues debemos aceptar que las personas que hieren es probable que lleven dentro un profundo dolor. Nosotros mismos dañamos a los demás con las máscaras que nos ponemos para proteger nuestras heridas.

Ninguna transformación es posible si no aceptamos nuestras heridas emocionales, siempre te van a enseñar algo, aunque es probable que te niegues a aceptarlo porque nuestro Ego crea una barrera de protección bastante eficaz para ocultar nuestros problemas.

Resistencia del Ego.

Normalmente, el Ego quiere y cree tomar el camino más fácil, pero en realidad nos complica la vida. Son nuestros pensamientos, reflexiones y actuaciones los que nos la simplifican, aunque nos parezca demasiado complicado por el esfuerzo que requiere.

Intentamos esconder la herida que más nos hace sufrir porque tememos mirar de frente a nuestra herida y revivirla.

Esto nos hace portar máscaras y agravar las consecuencias del problema que tenemos, pues, entre otras cosas, dejamos de ser nosotros mismos.

Date tiempo para observar cómo te has apegado a tu herida. Lo ideal es deshacernos de esas máscaras cuanto antes, sin juzgarnos ni criticarnos, pues esto nos permitirá identificar cómo debemos tratar nuestras heridas para sanarlas.